El primer recuerdo que ha tenido Esperanza Suárez cuando ha pisado la calle este jueves ha sido para su hermano, del que apenas lo separan unas cuantas manzanas. Hace trece años que no llama a su puerta, los mismos que lleva atrapada en su vivienda, en el número 7 de la plaza Cristo y Alma de Sevilla, en el corazón del barrio de San Pablo.

Un problema de obesidad mórbida le robó la movilidad haciendo imposibles los dos tramos de escaleras que la separan de la calle. Sin hueco en el edificio ni dinero en la comunidad para instalar un ascensor, Esperanza se resignaba a no salir más sin haber cumplido aún los cincuenta, al amparo de su hermana Paqui y los vecinos que se han volcado con ella para acercarle la compra o atenderla cuando se presenta alguna urgencia.

Paca, otra de las vecinas, saluda a Esperanza

«Yo creo que no voy a reconocer el barrio», admitía esta sevillana pocos minutos antes de estrenar el elevador que le devuelve las esperanzas. Los escasos 60 metros cuadrados que mide la vivienda se han quedado pequeños para recibir a la prensa que quería ser testigo de la primera salida de esta sevillana. Entrevistas en directo, fotógrafos y muchos micrófonos han roto la rutina habitual de Esperanza que ha encajado la situación con la naturalidad admirable.

La dificultad para moverse ha retrasado algo más de lo previsto ese descenso que llevaba esperando tanto tiempo. «Lo primero que quiero hacer es ir a casa de mis hermanos, uno vive aquí al lado, en el barrio C, y hoy no puede estar conmigo por problemas de salud, la otra la tengo siempre cerca, pero vive en la Carretera de Carmona», ha asegurado. En estos trece años que lleva atrapada en casa ha visto crecer la familia en las fotografías que cubren todas las paredes. Los sobrinos se fueron casando y nacieron los sobrinos nietos que acaparan los mejores sitios del reducido salón.

«Ellos vienen cuando pueden y me da tanta pena que yo no pueda ir a visitarlos», se lamentaba esta mañana Esperanza. Junto a ella ha estado en todo momento Francisco Vázquez, gerente de la empresa Praysa, que ha sido el encargado del proyecto. Precisamente un problema parecido con su suegra lo embarcó en esta aventura. Cuenta que «la estructura que se ha instalado es de tipo modular y cuesta menos de la mitad que la solución tradicional». «El motivo es sencillo, pues no hay que hacer obras dentro, todo va instalado por fuera de la fachada y resulta mucho más rápido y cómodo para los vecinos», que toman directamente el ascensor desde sus terrazas.

Tres años han sido necesarios para solucionar los trámites, los permisos y reunir el dinero que la comunidad de vecinos ha pagado a pulmón. «Ahora esperamos que nos llegue la subvención de la Junta, que todavía no ha pagado nada», ha recordado Milagros, una de las vecinas del tercero que a sus 75 años ya empieza a tener dificultad para bajar la escalera.

Desde el segundo piso ha bajado también Paca Gijón, que se ha sentido protagonista nada más llegar abajo. Con su andador y menos prudencia de lo que requería el momento le ha comentado a Esperanza: «Pero qué gordita te has puesto». Luego lo ha solucionado con un abrazo y la promesa de que le va a sacar partido al elevador. Lleva un año sin salir y necesita que la bajen en una silla cuando tiene que ir al médico. «Tengo 80 años y voy para 81, ya no puedo andar mucho, pero sí bajar al fresquito. Ahora lo que nos falta ese que nos arreglen los bancos».

La inversión que la realizado esta comunidad asciende a 60.000 euros, frente a los 140.000 de media que costaría una obra en el interior del edificio. Los datos los aporta la empresa Praysa, que se encarga también del asesoramiento y los permisos. Su gerente anima a hacer el sueño realidad allá donde haga falta y recuerda las líneas de ayuda que siguen abiertas tanto de la Junta como la recién presentada por el Ayuntamiento de Sevilla.

Publicado originalmente en ABCdesevilla

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